Reflexiones y puentes

Jose Cancio

OPINIÓN

El ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, Óscar Puente, este miércoles en la sesión de control al Gobierno en el Congreso.
El ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, Óscar Puente, este miércoles en la sesión de control al Gobierno en el Congreso. Javier Lizón | EFE

11 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Decía un catedrático mío con solemnidad antigua, que cuando el alumno termina los estudios y se incorpora a la vida debe actuar con sentido de la proporción. La máxima la escuché hace 40 años y todavía me resuena en la memoria cuando tengo que tomar una decisión importante. Si ya resulta difícil aplicarla en el ámbito profesional, no digamos en la rutina, donde uno está sometido continuamente a presiones perimetrales que casi no dejan respirar. Un empujón lateral que debe contrarrestarse manteniendo el cuerpo tan firme como la mente pueda; un coscorrón bajado desde el cielo al que habrá que oponer la  fuerza de las piernas para no hundirse en el fango (tan de moda, ahora, el fango). Y qué feo suena eso de «La máquina del fango», qué eslogan tan poco  imaginativo; lo repetirán hasta la saciedad los del «mundo del espectáculo», léase Loles León y compañía, pero más forzados lo harán los del «mundo de la cultura», léase García Montero y compañía. Por favor, señores, proporción y equilibrio, diría el ínclito profesor.

Desde que uno se levanta está expuesto a soportar las aspas de muchos molinos y cuesta horrores defenderse de sus azotes en la medida adecuada. Quedarse corto, o sea mantener la actitud callada, prudente y discreta que propugnaban nuestros mayores, puede ser la postura menos recomendable porque ante esa escasa reacción las aspas se envalentonan y propinan azotes cada vez más fuertes. Y pasarse en la respuesta, devolviendo lanzadas por doquier indiscriminadamente como don Alonso sin calcular las posibles secuelas del arrebato, es posible que nos coloque en la diana de muchos peligros. Hay que encontrar la proporción, desde luego, y no confundir los molinos con los gigantes, pero el frenesí de la vida no le concede a todo el mundo la posibilidad de reflexionar durante cinco días, esa suerte solo la tienen quienes son los putos amos. Desde luego el inflamado Oscar Puente —de maneras toscas propias de Sancho—, tampoco ha reflexionado demasiado con su insinuación a Milei, parece mentira que el cargo de ministro de casi todos nosotros no le exija actuar con menos imprudencia. 

Nos acabaremos acostumbrando a su ligereza, como lo hacemos con piedad cervantina ante el espectáculo que nos ofrecen a diario sus señorías sin excepción, tanto en el Congreso como en el Senado. Sus actitudes recuerdan a las de esas tabernas barriobajeras donde la provocación y el insulto forman parte del menú de la casa. De seguir así, pronto veremos a la entrada de esos recintos convertidos en salon, canastos parecidos a los que en 1936 los representantes del resignado pueblo depositaban sus pistolas por temor a asesinarse mutuamente. Pasa uno mucha vergüenza contemplando las bravuconadas de unos y la zafiedad de los otros, mientras se pregunta cómo es posible que se haya llegado a este grado de crispación. Pero, fantaseando con la utopía, tampoco sería bueno que los debates se convirtieran en serenísimas balsas de aceite donde no se practica la disensión porque el consenso da menos disgustos. La democracia es más encontronazo civilizado y vigilancia constante del paso adversario que tertulia de compañeros de promoción bien avenidos. Si no hay disputa significa que unos están imponiendo a otros su apisonadora, con las indeseables consecuencias que la situación supone para quienes solo podemos votar en las urnas. 

La regeneración democrática a la que tanto se invoca estos días como al disco rayado del abuelo, si se llevara a cabo con decisión y seriedad sería la mejor noticia posible para esta España desalentada que no encuentra el final del túnel. Pero es mejor no engañarse, si acaso se descubrirán casos aislados de corrupción y falsedades canallas, y se amplificarán convenientemente, sobre todo en vísperas electorales. Vueltas y vueltas a la moviola para remover el pasado, algunas fotos comprometedoras, repaso de hemerotecas, juramentos solemnes, ruido pactado y poco más. Solo una sociedad ejemplar es capaz de defender a la ética como una virtud innegociable, y por estos pagos el familiar y el amigo se ve que son mucho más familiar y amigo que en otros países. 

Decencia, señores. Y proporción, respetemos los molinos de viento antes de que nos tiren por el barranco.